Apariencias: los esclavos de la imagen.
Apuntes sobre la estética del preconcepto (por Saulo di Tarso) –que deviene en el padre -o la madre- de todos los
males.
Teresa Puppo, 2012.
La definición de la estética del preconcepto, según
las palabras de Saulo di Tarso, la asocio de inmediato con el culto a la
imagen, con el exhibicionismo, el falso-self, ,el egoísmo, la fragmentación
social, el vacío –que ya es un abismo- de valores en la sociedad de consumo.
Esas características de la sociedad contemporánea, con sus desigualdades
abusivas, se propagan a través de los mal utilizados medios de comunicación,
que conforman la herramienta más importante de adiestramiento de los
individuos. Gracias a la tan glorificada globalización, el modelo se reconoce
no solamente en países, se reconoce en individuos, y me da vértigo imaginar
cuántos serían esos individuos. Si, vivimos en la Aldea Global...
Los medios moldean la masa para vender su mercancía;
la publicidad está pensada para vender el deseo, para embelesar, generar el yo tengo= yo soy ; y el razonamiento no
existe cuando te bombardean y moldean tus deseos y tus necesidades (necesidades
de amor, de aceptación, de integración, pervertidas y convertidas en el yo quiero), prácticamente desde la cuna,
fabricando tus sueños; el aculturado quiere ser como el objeto de su deseo que
lo seduce desde el monitor, porque piensa
que de esa forma, cuando lo tenga y lo fagocite, va a ser (como-si fuera ), se va a transformar y va a sentirse como su
ídolo mediático de turno, dado que hay una terrible confusión y es más
importante parecer que ser. Y la confusión arrastra consigo la certeza absurda y el
convencimiento de que el simulacro, en una pretensión que linda con lo mágico,
se tornará realidad. Como si ese parecer, de alguna forma, certificara el ser.
Vivimos en
la Aldea Global, pero ¿qué diríamos de América Latina, y del Tercer Mundo?
Porque futilidad, banalidad,
superficialidad, trivialidad, vulgaridad -y podemos seguir colocando
epítetos- hay en todo el mundo, primero,
segundo, tercero, cuarto, quinto, siempre que esté globalizado. Podríamos decir
que sería universal si tuviéramos la certeza de que hay seres humanos globalizados en el resto del universo.
Lo más lamentable es que además de dejar que aumente la pobreza y la ignorancia en la que sigue
hundiéndose el Tercer Mundo (según los títulos centristas, o sea, Nuestro
Mundo),
compramos con alegría banalidad globalizada. Porque
eso es lo que ha logrado la globalización –sin un pelo de inocencia. Y
compramos tecnología, compramos
chucherías, renovamos nuestros programas, luchamos contra la piratería
informática, pagamos sus derechos de autor, los precios de sus fármacos, bailamos al son de su música, usamos sus
marcas, copiamos su forma de vestir, miramos sus programas de TV y de cine
basura, consumimos su información mediática, aceptamos sus guerras sucias. Y
mucho, mucho más, y cosas mucho, mucho más feas, como todos sabemos, pero alcanza
con unos ejemplos.
Y como las
reglas las pone el Primer Mundo, seguimos sus reglas, ¡cómo no! y compramos el
deseo, el espejito nuestro de cada día –sí, seguimos comprando espejitos, con
la diferencia de que en vez de pagar con oro, o con plata, brillantes, uranio,
petróleo, etc., que se lo llevan todo porque supieron provocar guerras y promulgar
leyes para convertirse en los dueños
legales, y en vez de pagarles con su
oro, conservamos y aumentamos deudas impagables que nos esclavizan.
Éticamente, no les debemos nada. Y si dejaran de
imponernos condiciones, y si un día no compramos más objetos de deseo
impuestos... ¿qué sucedería con nuestras políticas culturales? ¿No se animarían
nuestros representantes a definirlas -según nuestros ya declarados derechos
universales- y a llevarlas a cabo? Y nos
comemos la carne y el trigo y la soja, y la mandioca y las papas, y los
tomates, y nos tomamos nuestra agua, y respiramos nuestro aire. No necesitamos
nada del primer mundo. Es el primer mundo el que necesita de nosotros.
Para terminar, comparto un texto de un teórico
español que admiro, lamentablemente fallecido:
“No
más TV. No se trata de negar las cualidades del dispositivo como instrumento de
comunicación, de interacción social, de democratización de la
experiencia cultural: se trata más bien de cuestionar radicalmente los
mecanismos que regulan su existencia real en un contexto de libre
mercado (el que hay, ni más ni menos), toda vez que ni existe ni parece que
vaya a darse ya más la posibilidad de que su existencia social efectiva vaya a
contemplarse, salvo si acaso excepcionalmente (en zonas aisladas como los
festivales, ok), en términos
de
servicio público, como territorio genéricamente protegido por algún proyecto
revisado de estado del bienestar, quiero decir. Basta por tanto de acariciar
fantasías que nunca se dan, se han dado o se darán, y de amparar y legitimar
bajo su paraguas realidades tan nefastas y denigradas como las que, día a día,
sufrimos.
Se
acabó. Pensar en una TV que realice o pueda realizar un servicio positivo a los
objetivos de democratización del espacio social es ponerle una vela al aparato
de control, poder y desarme ciudadano que más poderosa y terriblemente esquilma
en nuestros días el tejido social y evapora en él toda posibilidad de
trabajar
por un proyecto de democratización concreta, el dispositivo que más sangrantemente
estrangula cualquier posibilidad de comunicación auténtica en el espacio
público.
La
pregunta de “qué acción es posible en la esfera pública” no tiene respuesta en
el ámbito de la TV -como no sea: anti-TV, microTV, TV no guiada por la ley que
“define” a la TV, la ley de la audiencia. Bajo su gobierno, bajo el gobierno de
esa ley, la TV no crece ni puede crecer sino como instrumento de control y
degradación de la experiencia, como dispositivo de aculturación brutal, como
aparato productor de masa ciudadana inerte, negador de toda socialidad.
El
primer canto, para cualquier mirada crítica que pretenda proyectarse sobre cualquier
new media, ha de ser, por tanto, “no más tv”. O lo que es lo mismo:
apostemos por una contra-tv, por una anti-tv, por una (no)TV que practique la
diseminación proliferante de los microdispositivos de la interacción pública,
de las pequeñas unidades de acción comunicativa. Segmentar, micronizar, cortar
y dispersar siempre, allí donde la gran máquina capital globaliza, produce
imperio, masa humana adormecida. Cualquier ilusión universalista en la
producción del dominio público, de la Comunidad Ideal de Comunicación, de la
Razón Pública, no viene sino a sacrificarle al populismo demagógico de la universalidad
del acceso el propio ejercicio intensivo de la experiencia. Y no hay
política –sino demagogia- allí donde se sacrifica lo intensivo a la cantidad.
No, no más TV.”
José Luis Brea, La era
postmedia.
je. Me puse un poco seria. Me acordé que tengo que llamar
a Mariela para que me dé una hora para ir a teñirme el pelo.
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